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domingo, 7 de octubre de 2007

La cultura colombiana

Revolviendo algunas de mis antiguas hojas me encontre con un escrito bastante elocuente del señor Eduardo Escobar, aunque es del añor 2002 creo que merece la pena ponerlo aquí:

Estado de la cultura colombiana

POR EDUARDO ESCOBAR

La actividad cultural del Estado se ha reducido a estorbar a creadores, artistas e inventores y a promover y cofinanciar parrandas y tumultos.

La encuesta realizada por Lemoine para Mincultura es otra muestra del fracaso desastroso del Estado colombiano, que ha sido, también, incapaz de educar una nación donde, según la misma encuesta, veintitrés de cada cien habitantes cantan, catorce tocan un instrumento, veinte pintan y diecinueve escriben.

Por la incapacidad del Estado como educador, este país de artistas, científicos y santos se revuelca en las porquerías de la guerra hace siglos como un idiota. Y sus hijos purgan a montones en las cárceles de todo el mundo sus vivezas inútiles.

Los periodistas destacan en la encuesta la costeñización de la cultura colombiana. El primer ícono cultural que evoca la patria para un colombiano es García Márquez. Le siguen el vallenato, Shakira, Carlos Vives. Pero también figura en la lista de olímpicos un cachaco calamitoso: Darío Gómez. Profesional del moco.

Si el Estado, según Platón, debe estar basado en la gimnasia y lo músico estamos lejos de la nobleza ideal. Nuestra gimnasia preferida es matar prójimos a mansalva. Y nuestros héroes culturales, después de García, son Teresa Gutiérrez, Pacheco y el 'Tino' Asprilla, mezclados con Rafael Pombo y el inmenso Joe Arroyo, incomparable en el ámbito de la música popular. Arroyo ocupa un modestísimo decimoséptimo lugar en el iconostasio. Lo cual atestigua el mal gusto musical del país. Totó La Momposina está ausente.

En Colombia, la actividad cultural del Estado se ha reducido a estorbar cuanto puede a creadores, artistas e inventores y a promover y cofinanciar parrandas y tumultos. Las mismas parrandas y tumultos que los colombianos entienden como expresiones de su nacionalidad. Festivales vallenatos, de tristezas andinoides y reinados de muchachitas entre oropeles de silicona, de una pobreza fastidiosa y atávica, donde se degrada la música popular, macerada en el estercolero de la industria de los ídolos y se reproduce la ramplonería sin fin de nuestro paisaje espiritual.

Otra sorpresa en la encuesta es la devoción de los colombianos por la radio. De allí se deduce lo otro. La radio colombiana, con las descansadas excepciones de media docena de emisoras culturales, es eco del mismo ruido misérrimo. Recicla músicas atrabiliarias día y noche. Y entre cuñas nos ilustra sobre las costumbres sexuales de los protagonistas de la telenovela de moda, sus menstruaciones retrasadas, sus divorcios deprimentes y los berrinches y las borracheras de nuestros deportistas. Si aparecen la alegría del hallazgo de un técnico, la gloria de un artista, es por fuerza mayor. Porque han muerto. O se ganaron un premio en oro.

En esto de la cultura, la empresa privada hace una estupenda segunda voz a los medios estatales. Reforzándolos en la trivialización de la vida, en el hipnotismo de las vanidades, el adormecimiento y la estupidez. Con la justificación falaz de que la gente ama su mediocridad y necesita que la diviertan y envenenen, no que la despierten y eleven. Pero el mismo día de la publicación de los resultados de la encuesta sobre nuestra deshonrosa situación cultural, el periódico registró el taquillazo de la exposición Rau. Prueba incontrovertible de que la gente anónima necesita más que basura, ruido y chismes.

La historia ha demostrado que la inteligencia y el nivel cultural no garantizan que uno no pueda convertirse en granuja. Pasó con los bolcheviques, pandilla de lingüistas, pensadores, poetas. Y con Hitler, cuyos generales poseían coeficientes de genio: Goebbels era filósofo de Heidelberg. A veces se confunden los grandes ideales con los mayores despropósitos. La inteligencia sin sensibilidad es monstruosa. Pero también es verdad que la estulticia y la ignorancia son el campo de cultivo de la barbarie y el desorden social.

La semana pasada, el Ministro de la Defensa se lamentaba, con razón, ante unos niños guerrilleros muertos en combate. Tal vez, dijo, tenían aptitudes para el arte, las matemáticas. Olvidaba el ministro que esos niños fueron arrastrados por el destino. Que no eran libres. Que lo más seguro es que jamás habrían accedido al arte, a las matemáticas, aunque hubieran tenido tiempo de crecer.

Tomado de El Tiempo, martes 16 de julio de 2002, página 1-13

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